domingo, 31 de marzo de 2013

DOMINGO RESURRECCIÓN.


 
Jesús resucita y las mujeres encuentran la tumba vacía.
 

“1 El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. / 2 Y hallaron removida la piedra del sepulcro; / 3 y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. / 4 Aconteció que estando ellas perplejas por esto,” San Lucas 24:1-4


La tumba había sido cavada en la roca y aparentemente contenía una sola caverna. Una piedra enorme fue rodada en una huella ligeramente deprimida a la entrada. El peso de la piedra era de entre 1,5 tonelada, es decir 1.500 kilos.

El primer día de la semana hebrea es el domingo. Ya ha pasado el día de reposo y vienen las mujeres a ungir el cuerpo de Jesús. Aún está oscuro. Se sorprenden cuando ven quitada la piedra que hacía de puerta de la tumba.

Quien va al cementerio a visitar un deudo, espera encontrar todo en orden. Lleva flores, en señal de recuerdo, dispuesto a elevar una oración de gratitud a Dios por lo que fue esa vida para él o ella, y quizás a recordar con alegría, pena o nostalgia, aquellos tiempos disfrutados en el pasado. Un pobre consuelo para algunos, una esperanza para nosotros pues un día volveremos a encontrarnos con aquellos que partieron con el Señor.

Pero, imagínese usted, cómo reaccionaría si un día encontrase esa tumba vacía y sin el cadáver. Más aún, el ataúd abierto y ordenadamente las ropas del muerto adentro. Como aquellas mujeres, perplejo. Lo primero que haría sería ir a reclamar a las oficinas del cementerio. Pensaría que robaron al difunto o que lo lanzaron a la fosa común por no pago.

Frente a situaciones extraordinarias, fuera de lo común o inesperadas, no sabemos qué hacer, quedamos confundidos porque no nos podemos explicar la razón, dudamos de lo que se debe hacer. Es decir nos quedamos perplejos. Así es la reacción de cualquier ser humano frente a la resurrección. ¡Es algo increíble! No se puede creer que alguien vuelva de la muerte. ¡Es inverosímil! No puede ser verdadero. Es tan evidente que la muerte es definitiva, que nadie vuelve para contarlo, que humanamente nuestra carne se resiste a creerlo. Así es nuestra reacción frente a lo extraordinario y enigmático, aún teniendo fe ¡Cuánto más será para los incrédulos!

Esa piedra removida representa nuestra incapacidad para creer en lo sobrenatural, lo anclados que estamos a esta realidad terrena de vida y muerte, que sólo vemos una tumba vacía. Para ver a Jesucristo Resucitado necesitamos de algo más que argumentos, los ojos de la fe.

El verso 3 dice que “entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús”. Ateos y agnósticos han levantado algunas falsas teorías acerca de la resurrección, pero es imposible que Jesús estuviera vivo después de la crucifixión, y si hubiera sido así los soldados romanos se habrían dado cuenta. En otras palabras, si Jesús fue muerto, ¿Quién tiene el cuerpo? Todo lo que tenemos es un sepulcro vacío.  La ausencia del cadáver de Jesús representa la curiosidad humana y la necesidad de una explicación plausible al gran misterio de la muerte y de la vida.

Los versos 4 y 5 anotan: “Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; / y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”

Sólo la intervención Divina puede hacernos ver la realidad de lo que experimentamos. Las mujeres, al ver estos varones iluminados, de inmediato comprendieron que eran seres sobrenaturales. Su reacción fue agacharse reverentemente ante ellos. ¿Qué haríamos nosotros si se nos apareciera un ángel? ¿Cuál sería nuestra reacción? Creo que la misma, un temor reverente, pues estaríamos frente a seres muy cercanos a Dios, santos, puros y con cierto grado de poder, mayor al nuestro.

Las mujeres requerían, como los apóstoles, esta intervención angélica, para comprender por qué la tumba estaba vacía. Igualmente todo ser humano necesita de una intervención del Señor para entender sus sufrimientos, pérdidas, dolores.

La pregunta que hicieron los ángeles a ellas es como un aguijón: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Ellas buscaban en la tumba vacía del cementerio al que estaba vivo. ¡Cuánto tiempo buscamos entre los que están muertos en tinieblas de pecado, la vida! Allí, en el vicio, en el juego, en la droga, en la juerga, en el sexo desordenado, en el dinero, en la fama, en el poder, en la ciencia humana… no está la vida eterna. Tampoco en los ídolos religiosos, en los iconos mudos, al que muchos éramos arrastrados por el diablo.

Nosotros también podemos caer en ello y buscar entre los muertos al que vive. Líbrenos el Señor de desviar nuestro camino del Evangelio hacia otros senderos, el lugar de los muertos, el cementerio espiritual. Cada uno sabe dónde está el peligro para su vida.

En la tumba vacía del dolor, podemos encontrarnos con la Divinidad, por medio de la fe. La presencia de ángeles representa la necesidad del ser humano de la explicación Divina.

El Evangelista San Marcos, registra tres veces en su Evangelio que Jesús les habla a los discípulos acerca de su muerte y posterior resurrección:

a) Luego de la confesión de Pedro acerca de la Divinidad de Jesús, y antes de su reconvención, cuando el Maestro tuvo que reprenderle: “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días.” (San Marcos 8:31)

b) En la transfiguración, al bajar del monte, les habló así: “Y descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos. / Y guardaron la palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos.” (San Marcos 9:9,10)

c) Cuando subían a Jerusalén, en la última Pascua, antes de Su Pasión: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: / He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; / y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.” (San Marcos 10:32-34)

La tumba vacía es la comprobación de estas palabras de Jesús. El Señor ha resucitado, ha muerto por los pecadores como un Cordero en sacrificio. Él murió por todos nosotros. Al término de esta semana santa nos encontramos con Jesús Resucitado, el Hijo de Dios que tiene todo poder y autoridad, al cual podemos dirigirnos con absoluta confianza. Jesucristo, día a día, acompaña y vive en el creyente.

Queridos hermanos, familiares y amigos: ¡Feliz Pascua de Resurrección! Hemos hecho unidos en espíritu el camino de la pasión, muerte y resurrección del Maestro Jesús. Gracias por habernos acompañado en este camino de fe. Sólo deseamos que estos mensajes hayan sido provechosos para ustedes y les ayudaran a  acercarse un poco más a Jesús, el Señor.

sábado, 30 de marzo de 2013

SABADO SANTO.


 
Jesús desciende al lugar de los muertos y anuncia la salvación.
 

“Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? / El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.”
Efesios 4:9,10
 

Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque Jesucristo ha muerto. Pero los cristianos decimos que “está durmiendo”. Sin embargo distintos pasajes de la Escritura nos indican que se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos...

El Credo Apostólico, formulado en el siglo V, proclama que Cristo "descendió a los infiernos". Este descenso no se refiere al Infierno propiamente tal sino al "sheol" (nombre hebreo), "hades" (nombre griego) o “ínferos” (nombre latino)  que significa "partes Inferiores". Es el descenso de la parte espiritual de Jesucristo, ya separada del cuerpo por la muerte.

En ese lugar esperaban las almas de los justos muertos antes de Cristo. Allí estaban la multitud de hombres y mujeres santos de la Antigüedad, como Abraham, Isaac, Jacob, Rut, Sara, Moisés, David, etc. esperando la salvación. El propósito de Cristo al descender al lugar de los muertos fue liberar a los justos anunciándoles la salvación.

Jesús no bajó para liberar a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido.
 
Los Evangelios nada dicen sobre esto sucedido entre la muerte de Cristo y Su resurrección. Son los apóstoles Pedro, Pablo y Juan quienes nos hablan de ello en los siguientes textos.

El día de Pentecostés, así se refiere el apóstol Pedro a Jesús: “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.”  (Hechos 2:24) La muerte no podía retener en el Sheol o lugar de los muertos al Salvador, por tanto este se levantó en cuerpo, alma y espíritu, y resucitó.

También dice que el rey David “viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.” (Hechos 2:31) Este rey de la Antigüedad hebrea tuvo una visión del Cristo que se levantaba del lugar de los muertos, no sufriendo su cadáver descomposición.

San Pablo escribe acerca de una región de los muertos, un submundo debajo de la tierra que también hubo de reconocer el señorío de Jesucristo: “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;” (Filipenses 2:10)

En su primera carta Pedro es más explícito en cuanto a esta última misión del Salvador en el lugar de los muertos, cuando explica: “18 Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; / 19 en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, / 20 los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.”  (1 Pedro 3:18-20)

Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero descendió como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí. El descenso es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación; es la última fase de la misión mesiánica de Jesús. Esta misión implica dos cosas: a) Anunciar libertad a los justos que se encontraban en el Sheol; y b) Proclamar a los “espíritus encarcelados” o ángeles desobedientes, Su victoria definitiva sobre Satanás. Jesús liberó sólo a los justos, ya que por principio mientras hay vida hay esperanza, no después de ella, y después de la muerte sólo hay juicio.

Jesucristo bajó a las profundidades de la muerte para que los hombres justos muertos oyesen la voz del Hijo de Dios y vivieran. Jesús, dador de vida, aniquiló al Diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estuvieron sometidos a la esclavitud del pecado. En adelante, Cristo resucitado tiene las llaves de la muerte y del Hades: “y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” (Apocalipsis 1:18)

Este último pasaje que citaremos se refiere a que Cristo le arrebató al diablo la autoridad que tenía sobre los millones de almas del Antiguo Testamento cuando descendió al Hades: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? / El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.” (Efesios 4:9,10)

La Palabra de Dios dice que el Señor descendió a las partes más bajas de la tierra para liberar a los justos de la Antigüedad y proclamar que Satanás fue vencido y humillado por Él, que en Su resurrección habría de subir vencedor al trono de Dios.

Valoremos la magnífica obra de Jesucristo, quien se preocupó no sólo de las personas de su época, predicándoles el Evangelio de amor y salvación, sino que también de los que antes de Él habían buscado y obedecido sinceramente a Dios. Pero, además, Su mensaje es para todas las generaciones posteriores, hasta nuestros días. Ya no es necesario que Jesús ni nadie vayan al Sheol para salvar almas, pues todos han tenido alguna vez en la vida la oportunidad de escuchar el Evangelio.

Queridos hermanos: Es muy importante que transmitamos pronto a nuestras familias y amistades el mensaje de Jesús, ya que la oportunidad es en esta vida. Después de la muerte sólo espera el juicio. Jesús ya bajó al lugar de los muertos y ahora está en los cielos. Cuando Él vuelva ya no lo hará como Salvador sino como Rey y Juez. Hoy es el día de creer y alcanzar salvación.

viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO.


 
Prisión, interrogatorios de Herodes y Pilatos,
flagelación, crucifixión y muerte de Jesús.
 

“20 Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. / 21 Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. / 22 Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! / 23 Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! / 24 Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. / 25 Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. / 26 Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.”

San Mateo 27:20-26
 

El viernes por la mañana los principales sacerdotes y ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús para entregarle a muerte. Le llevaron atado y le entregaron al gobernador Poncio Pilato, quien le preguntó si él era el Rey de los judíos. El Maestro no lo negó. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Jesús permaneció en silencio ante la perplejidad del gobernador.

En el día de la fiesta se acostumbraba soltar al preso que el pueblo quisiese. Había uno famoso llamado Barrabás. Pilato entonces preguntó al pueblo: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?” Los sacerdotes y ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. La multitud pidió a Barrabás, a lo que el gobernador preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” Todos le dijeron: “¡Sea crucificado!”

Pilato tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.” Todo el pueblo, dijo: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” Así fue soltado el malo, Barrabás, y condenado a muerte el bueno, Jesús, luego de hacerle azotar.

El miedo y la envidia por el poder divino desplegado por Jesús entre el pueblo, movió a los líderes judíos a perseguir y buscar la eliminación del Maestro Jesús. De acuerdo a sus leyes no podían matarle por sus propias manos, pero sí podían influir en las autoridades romanas para que lo hicieran. Su hipocresía y cobardía les condujo ante Poncio Pilato. Pero éste habría de ser igualmente cobarde.  La acusación que los religiosos hacían contra Jesús era la de blasfemia, por haberse declarado el Hijo de Dios y Mesías; pero a la autoridad civil romana presentaron el cargo de que se declaraba Rey de los judíos, siendo que Roma tenía instalado al rey Herodes en Judea.

Jesús era el “Rey” de los judíos en el sentido bíblico que lo señala la Escritura cuando Isaías 33:22 profetiza: “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro rey; él mismo nos salvará.” Jesús no se defendió pues debía cumplirse la Escritura que dice también en Isaías 53:7 “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” Sus enemigos no le quitaron la vida, sino que Él entregó su vida a los enemigos, por amor a la Humanidad pecadora.

Entre el santo y el pecador, la multitud prefirió a Barrabás, el asesino. Jesús moriría también por él y por todos sus enemigos. Murió crucificado el Justo por los injustos.  Ante la pregunta de Pilato, la gente pidió la libertad del preso pecador y la muerte del preso Jesús. Éste fue apresado por nosotros. Cada uno de nosotros debía haber estado allí porque somos reos culpables delante de Dios y Su Ley. Nosotros robamos, mentimos, matamos, adulteramos, codiciamos, blasfemamos, idolatramos y cometemos todo tipo de ofensas contra la santidad de Dios cada día. Sin embargo Cristo-Dios nos amó y se puso en nuestro lugar.

¡Crucifícalo! gritó la multitud, instigada por los líderes religiosos. Lo sigue haciendo hoy en día la gente cuando se burla del que es diferente o discapacitado, cuando menosprecia al ignorante, cuando es indiferente al pobre y al que sufre, cuando discrimina y rechaza a su prójimo, cuando pone en ridículo a la religión, cuando deja a Dios fuera de las escuelas y las leyes, cuando no cumple los Diez Mandamientos… ¡Crucifícalo! retumba el vocerío de esta sociedad pagana en que vivimos, cuando no se respetan valores morales ni espirituales y a ellos se antepone la violencia, la grosería y la blasfemia.

Pilato, manchadas sus manos con sangre inocente, quiso lavar su conciencia no asumiendo su responsabilidad y achacando la culpa a la multitud. No aceptar que Jesucristo tomó nuestro lugar, pensando que sólo hizo un acto heroico e inútil, al modo de un héroe que muere por un ideal, es una falacia.  Significa que no hemos entendido el sentido real de su muerte. Nosotros somos los culpables ante el tribunal de Dios, quienes merecíamos la muerte. Jesús vino para salvarnos de esa condenación y tomó nuestro lugar. No seamos como Poncio Pilato y aceptemos la culpa. Pidamos perdón a Dios y aceptemos el sacrificio de Jesús para que su sangre bendita nos limpie y de la absolución.

Queridos amigos, familiares y hermanos: ¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras? Probablemente en varias ocasiones, pero hasta ahora no habíamos tomado conciencia de su gravedad. Deseo invitarles a hablar con Jesús personalmente en la intimidad, a solas con Él. No importa las palabras que usen, lo importante es que sean sinceras. Exprésenle a Él su arrepentimiento por las muchas veces que le hemos ofendido; díganle que desean Su perdón y que le entregan la vida para ser, de ahora en adelante, sus más fieles seguidores. ¡Qué puedan iniciar una fructífera amistad y profunda relación con el Salvador!

 

JUEVES SANTO.


 
Lavado de pies, última cena,
oración en huerto de Getsemaní y arresto de Jesús.
 

“26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. / 27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; / 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.”
San Mateo 26:26-29

 
Son varios los sucesos que recordamos esta noche de jueves santo: Jesús lava los pies de sus discípulos, instituye la Santa Cena, anuncia la negación de Pedro,  ora en Getsemaní y finalmente es entregado por Judas con un beso y arrestado. Pero ahora nos concentraremos en aquel momento de la Cena en que el Señor partió el pan y el vino.

El primer día de la fiesta de los panes sin levadura los discípulos hicieron como Jesús les mandó y prepararon la pascua. Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Mientras comían reveló que uno de ellos le iba a entregar. Luego tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Tomó después la copa, dio gracias y se las ofreció diciendo: Bebed de ella todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para remisión de los pecados. De este modo, al celebrar la pascua, Él instituyó la Eucaristía o Cena del Señor.

En varios momentos de su ministerio, el Maestro se refirió al pan, aquel alimento esencial del pueblo judío y de la mayoría de los habitantes del planeta, sin cuyo aporte energético no podríamos emprender las duras jornadas de trabajo ni saciar su hambre los pobres de este mundo. Él respondió al tentador “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. La Verdad escrita en las Sagradas Escrituras es pan que alimenta nuestra alma, hambrienta de Dios. Reconoció las necesidades básicas de las multitudes que le seguían y, misericordioso, multiplicó los panes y los peces. Cuando nos enseñó a orar, en el centro de ese modelo puso “el pan nuestro de cada día dádnoslo hoy”, porque el Hijo del Hombre nos conoce  y respeta nuestra humanidad; somos seres que necesitamos el pan cotidiano, terrenal y Divino. Por eso también se identificó Él mismo como “el Pan de Vida”, “el Pan descendido del cielo” para alimentar con Su vida sobrenatural a una humanidad caída, muerta en el pecado y necesitada de resurrección. Sólo si nos alimentamos de Su vida, viviremos. Mas, para poder acoger esa vida, es preciso morir juntamente con él en la cruz del monte Calvario. Y ese es precisamente, el sentido de la Semana Santa: rememorar el camino de Su pasión, entrega, sacrificio, muerte y resurrección, para alcanzar con Él la vida eterna.

Aquella noche, en que se recordaba la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto por cuatro siglos; el Maestro y sus discípulos se encontraban en el cenáculo. El traidor ya había negociado con los sacerdotes, la entrega de Jesús. Él lo sabía y, en medio de la fiesta del cordero pascual, tomó el más humilde de los alimentos humanos, un pan sin levadura; elevó sus ojos al cielo y dio gracias a Dios. Sabía perfectamente que Él mismo era ese pan, que sería triturado en la cruz, ofrecido en sacrificio para la salvación de muchos. Lo partió con sus manos y pronunció las palabras que todos conocemos: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.”

Ningún líder de este mundo ha dicho palabras tan conmovedoras; ningún héroe ha hecho un sacrificio más exento de vanagloria; no hay profeta ni santo ni maestro en esta tierra, capaz de proclamar su entrega por el mundo. Sólo uno que es verdadero Hombre y verdadero Dios, puede entregar su cuerpo en rescate por la Humanidad. Sólo Jesús puede decir “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido”

La segunda parte de esta frase demuestra cuán clara está en su mente la misión encomendada por el Padre. Él sabe que esa noche se desencadenará el juicio y la sentencia de muerte para él. En realidad el juicio al ser humano sumido y dominado por el pecado, la condenación de Dios para el hombre caído. Jesucristo asumió en su carne –cuerpo y alma- el castigo que nosotros merecíamos. Al decir “haced esto en memoria de mí”, sabe que saldrá victorioso del evento de la cruz y de la muerte; sabe que Su Espíritu será libre y entregado en la resurrección para la vida de muchos, todos aquellos que con fe han aceptado el don gratuito de la salvación. Sólo si vivimos en la fe y no en la carne, podremos celebrar el partimiento del pan, hacerlo en memoria de Él.

De igual trascendencia es la segunda invitación de esa noche, a beber el vino. Pero el Maestro señala la copa, el contenedor del importante contenido. Qué es la copa sino el medio para transportar el vino a nuestro cuerpo. No podemos beber un líquido si no es dentro de un vaso, tazón, copa o cáliz. El vino es la sangre y es muy importante en un sacrificio. Sin embargo Él mismo nos enseña: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”. La copa rebosante del vino de su sangre, es el Nuevo Pacto. El viejo pacto, que establecía sacrificios de animales para limpiar las conciencias de quienes faltaban a la Ley de Dios, queda a partir de esta Pascua obsoleto y entra en vigencia para las buenas relaciones entre el ser humano y Dios, un Pacto o Alianza Nuevo y eterno. La Nueva Alianza Dios-Hombre contiene la sangre de Jesucristo como sello o timbre de validez. Damos gracias a nuestro Redentor, Salvador, Justificador, por tan perfecta obra.

Una vez más añade la orden: “haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí”. Beber el vino en la Santa Cena o Eucaristía es algo más que un acto ritual, es la vivencia y ratificación de nuestra fe en Aquel que selló con Su Sangre el Nuevo Pacto.

Queridos hermanos y amigos: Al participar esta semana santa en la Cena o Eucaristía, sin importar el modo en que lo hagamos, recordemos el gran amor que nos prodigó Dios al entregar a Su Hijo por nosotros. Digamos ¡Gracias Jesús por tu sacrificio! Y alimentemos toda nuestra vida de Cristo y sus enseñanzas.

jueves, 28 de marzo de 2013

MIÉRCOLES SANTO.


Judas conspira con el sanedrín
para vender a Jesús por 30 monedas de plata.

“3 Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; / 4 y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. / 5 Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. / 6 Y él se comprometió, y buscaba una oportunidad para entregárselo a espaldas del pueblo.”
San Lucas 22:3,4


Estando en Jerusalén, Jesús advirtió a sus discípulos: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado.” En la pascua judía se mataba un cordero y se hacía una cena ritual, donde se recordaban los textos bíblicos que relatan la liberación del pueblo hebreo del dominio egipcio, por Moisés. Es la fiesta del Seder Pésaj, la que el pueblo judío celebra hasta estos días. Jesucristo se iba a ofrecer al sacrificio precisamente en esa fecha, como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Debemos entender que la celebración de la pascua judía es una representación profética de la pasión y muerte del Salvador del mundo.

Por su parte los principales sacerdotes judíos, los escribas y los ancianos del pueblo se reunían en el patio del sumo sacerdote Caifás, pues estaban muy preocupados de la influencia que estaba teniendo el Maestro de Galilea entre el pueblo. Sus enseñanzas, la proclamación que hacía la gente de él como un rey y sobre todo lo que se hablaba acerca de un milagro de resurrección, le estaban constituyendo en un líder peligroso y amenazante a su autoridad religiosa. Así es que hicieron un consejo para prender a Jesús con engaño y matarle. Pero no lo harían durante la fiesta, para evitar alboroto en el pueblo. San Lucas dice que ellos buscaban cómo matarle, porque temían al pueblo.

Fue entonces que uno de los doce apóstoles, Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes y les dijo: “¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” Ellos le ofrecieron treinta piezas de plata por Jesucristo. El traidor le entregaría “a espaldas del pueblo” y desde ese momento buscaba la oportunidad para entregar a su Maestro. San Lucas explica esta acción porque “entró Satanás en Judas”

El Hijo de Dios debía morir, estaba escrito en el Antiguo Testamento, los profetas lo venían anunciando por siglos. Por tanto no es que Jesús fuese a ser sorprendido por esto, atrapado, torturado y muerto, sino que Él mismo entregaría su vida, porque así estaba escrito. Era sencillamente el cumplimiento de la profecía y del plan de salvación ideado por Dios para la Humanidad pecadora.

El complot de líderes religiosos con Judas fue sólo el medio para hacer posible la muerte de Jesucristo en la cruz por todos nosotros. Esto no niega la maldad, avaricia e hipocresía de los sacerdotes y maestros de la Ley, ni el pecado de Judas, pero sí indica que Dios siempre tuvo todo bajo Su control. A Él nada lo toma por sorpresa. Todo lo que ocurre en la Historia humana es conocido por Dios.

Por siglos ha habido una lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás, pero el Señor tiene la victoria final. El diablo pensó que matando a Jesús resolvía su problema y podría seguir dominando a la raza humana, como lo había hecho desde tiempos de Adán y Eva, pero no sabía dos cosas: 1) La muerte de Jesús sería un sacrificio expiatorio por la salvación del Hombre; y 2) Jesucristo moriría pero luego resucitaría para siempre.

Judas fue un instrumento de Satanás para intentar matar al Hijo de Dios, pero fue Dios quien permitió esa traición para que se cumpliera Su plan eterno. Muchas veces el Señor permite situaciones negativas para el cumplimiento de Sus propósitos. Es la Providencia de Dios, una disposición anticipada o prevención que mira y conduce al logro de los más altos fines. Era necesario que un hombre pagara el precio de nuestro pecado en la cruz; ese hombre debía ser santo, un Cordero perfecto; sólo Su Hijo reunía esas condiciones, así es que se hizo hombre; fue el Hijo del Hombre que dio Su vida por todos.

La traición de Judas y la conspiración de los religiosos judíos fue un maléfico plan del diablo, pero no fue desconocido para Dios ni para Su Hijo. Había un plan superior que debía cumplirse.

miércoles, 27 de marzo de 2013

MARTES SANTO.


 
Maldición de la higuera estéril

“Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. / Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.”
San Mateo 21:21,22

 
El domingo llamado “de ramos” fue la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado en un burrito. Allí entró Jesús en el templo y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, amonestándoles “Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” Luego salió fuera de la ciudad, a Betania, y posó allí. En la casa de Lázaro fue ungido por su amiga María con perfume de nardos.

Al otro día, volviendo a la ciudad de Jerusalén, Jesús sintió hambre, tal vez porque habían partido muy temprano de Betania o porque no habían tomado desayuno.  Viendo una higuera cerca del camino, se acercó en busca de un fruto para comer y sólo encontró hojas en ella. Entonces le habló al árbol: “Nunca jamás nazca de ti fruto” y se secó la higuera.

Al ver esto sus discípulos se maravillaron, comentando entre ellos cómo es que se secó inmediatamente la higuera. Entonces el Maestro les dijo: “De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.”

Jesús en su ministerio utilizaba distintas formas de enseñanza: las parábolas, las disertaciones acerca del Evangelio, los ejemplos tomados de la naturaleza y la vida cotidiana, los milagros y sanaciones. Pero también, al igual que los profetas, realizó las llamadas “acciones proféticas” que son actos que significan una enseñanza espiritual. La maldición de la higuera infértil es una de ellas.

Con esta acción profética el Señor quiere darnos a conocer lo que Dios espera de cada cristiano. Él desea que demos fruto, que seamos personas productivas y no sólo cristianas de nombre. El primer fruto a dar por una persona de fe es el desarrollo de las virtudes espirituales, lo que la Biblia llama el fruto del Espíritu, a saber: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Estas virtudes no se evidencian si no se traducen en obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo, visitar al preso. Y los mejores frutos son almas rescatadas de las tinieblas y convertidas a Jesucristo, es decir hijos espirituales.

Pero a los discípulos les maravilló el acto mismo de su Maestro. Jesús aprovechó su admiración para enseñarles algo más sobre la fe.  Les dijo:

a)    “De cierto os digo” Cuando Jesús quiere resaltar un concepto, siempre inicia la enseñanza con estas palabras.

b)    “que si tuviereis fe, y no dudareis” La fe es una convicción sólida y firme dada por Dios. La verdadera fe no admite dudas. Por tanto cada vez que necesitemos ejercer fe frente a cualquier problema, debemos proponernos no dudar. En esos casos hay que rechazar toda racionalidad o prudencia humana y sólo creer.

c)    “no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho.” Él nos promete que haremos cosas tan extraordinarias como las que Él hizo estando en la Tierra. Por eso los apóstoles pudieron hacer milagros y señales extraordinarias.

d)    “sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho.” Nos enseña Jesús a orar de un modo diferente aquí, no es pedir a Dios que lo haga, sino ordenar en Su nombre que sea hecho.

e)    “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.” Tremenda promesa para todo cristiano traen estas palabras. Si lo pedimos en oración con fe, lo recibiremos.

Queridos hermanos y amigos: Es mi anhelo que esta enseñanza pueda calar hondo en vuestras vidas y puedan todos crecer en fe y en oración. Que esta semana sea un tiempo de maduración espiritual para todos mis amigos, vecinos, hermanos y familiares. ¡El buen Dios del cielo les bendiga a todos!

lunes, 25 de marzo de 2013

LUNES SANTO.


 
Unción de Jesús en casa de Lázaro.

“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.”
San Juan 12:3

 

Faltaban seis días para la fiesta de pascua y Jesús fue a la ciudad de Betania, a unos 3 kilómetros de Jerusalén, a la casa de sus amigos, los hermanos Lázaro, Marta y María. Lázaro es aquél que Él había resucitado de los muertos, un testimonio viviente del poder de Jesucristo, cosa que molestaba mucho a las autoridades religiosas de Israel.

Hicieron allí una cena. Marta, que era muy hacendosa y solícita, servía. Lázaro y los discípulos estaban sentados a la mesa con Jesús. Fue en ese momento cuando María, muy devota del Maestro, tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, y ungió los pies de Jesús y luego los enjugó con sus cabellos. La casa se impregnó del exquisito aroma del perfume.

La reacción de Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el mismo que le habría de entregar, fue muy negativa. En vez de alabar la actitud de amor y fe de la mujer, criticó así: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?”

Las palabras de Judas no fueron a causa de que él estuviese muy preocupado de los pobres, sino porque, siendo el tesorero del grupo, solía robar del dinero a su cargo.

Jesús, que conoce el corazón humano y nuestras debilidades, sólo le respondió: “Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis.”

Él ha venido a despedirse de sus amigos. Sabe que le espera el vía crucis, un breve tiempo de sufrimiento físico y espiritual, en que tendrá que probar la amargura de la negación de sus amigos, el desprecio de su pueblo y la horrible tortura y humillación de la cruz. Entonces se regala este tiempo de solaz junto a sus amados amigos de Betania. Allí están la eterna gratitud de Lázaro, el servicio generoso de Marta y la espiritualidad de María. ¡Qué mejor preparación para el difícil tiempo que deberá enfrentar!

El acto de María, derramando un perfume muy fino y de alto precio a los pies del Señor, fue un acto de adoración. Es lo que todo cristiano debe hacer en esta semana santa y cada día para con Dios. Este pasaje tiene mucho que enseñarnos acerca de cómo debe ser nuestra adoración a Jesús:

a)    Ofrecer la vida a Dios. “María tomó una libra de perfume de nardo puro,” La Biblia nos enseña que nuestra vida debe ser como un perfume grato para Dios. El mal olor es propio de lo que está en descomposición. La muerte implica hedor (cuando Jesús iba a resucitar a Lázaro, dijo que quitaran la piedra de su tumba, su hermana reclamó: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”). En cambio la vida es perfume, buen olor. Tomar el perfume significa ofrecerle la vida y los dones que Él nos ha dado. El nardo es una flor muy fragante, de delicioso perfume, que simboliza nuestro espíritu.

b)    Ofrendar lo mejor de nosotros a Dios. “de mucho precio,” Así quiere el Señor que le adoremos: con lo mejor de nuestras personas. La vida del ser humano es de un alto costo, lo más preciado para Dios. Lo mejor de nosotros está guardado en nuestro interior. Es lo que debemos ofrecer al Señor.

c)    Derramar nuestro ser ante Dios. “y ungió los pies de Jesús,” La única forma de untar con perfume los pies de alguien es postrándonos ante él. Esto es humillarse. Adorar es postrar nuestro orgullo y someternos a la voluntad de Dios. Es más que un acto religioso o litúrgico, es derramar nuestro espíritu ante Él.

d)    Consagrarnos a Dios. “y los enjugó con sus cabellos;” El pelo en la Escritura representa la consagración y la obediencia. Sansón, hombre consagrado a Dios, fue desobediente al permitir que Dalila cortara sus cabellos. Debemos enjugar con nuestros cabellos el perfume que derramamos a los pies de Cristo, es decir consagrarnos a Él en obediencia.

e)    Ser perfume grato para Dios. “y la casa se llenó del olor del perfume.” Nuestro ser entero se llenará de fragancia de santidad si adoramos adecuadamente al Señor y toda nuestra vida será un testimonio de Cristo, olor grato al prójimo y a Dios.

Judas Iscariote no fue capaz de ver estas realidades espirituales en el acto de adoración de María, sino que tuvo una mirada totalmente materialista y, aún más, denotaba en ello su pecado de deshonestidad y avaricia, encubierto con una falsa solidaridad con los pobres.

La respuesta del Maestro deja muy claro que Él sabía hacia donde se dirigía su vida: hacia el Calvario. La acción de María, hermana de Lázaro, era el ungimiento que se daba a un cadáver. Jesús ya se consideraba hombre muerto. El Hijo de Dios había venido a este mundo como humano, se había hecho amigo de todos, les había enseñado la Palabra de Dios, los había sanado y ayudado en sus penas y les amaría hasta dar su vida por ellos. El Ser más importante del universo había estado con ellos y ahora se marchaba, merecía la adoración. Oportunidad de ayudar a los pobres habría muchas, pero de ungir su cuerpo ya no habría más pues se marcharía a Jerusalén para morir.

Hoy podemos ungirle con nuestro perfume de nardo. Hoy podemos  ofrecerle la vida; ofrendarle lo mejor de nosotros; derramar nuestro ser ante Él y consagrarnos a Cristo, siendo un perfume grato para Dios. Hoy podemos hacerlo en espíritu y adorarle porque Él ha resucitado y vive eternamente.

Queridos hermanos y amigos: Les invito a que durante esta semana dediquen cada día, en la intimidad de sus hogares, algunos minutos para Jesús, que tanto ha hecho por los seres humanos, y expresen desde lo más profundo de su espíritu palabras de gratitud y adoración.

sábado, 23 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS.


Entrada triunfal en Jerusalén.

 “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”

Zacarías 9:9


Jesús y sus discípulos se acercaba a la ciudad de Jerusalén para celebrar la gran fiesta judía de la Pascua, la cual recordaba aquella gran liberación que el pueblo judío experimentó del yugo opresor del faraón egipcio, cuando liderados por Moisés escaparon para siempre de su dominio.

Al llegar al monte de los Olivos, el maestro envió a dos de sus discípulos a una aldea próxima con esta orden: Allí encontrarán una burra y su cría atadas. Desátenla y tráiganmela. También les advirtió que si alguna persona les llamara la atención por ello, deberían responderle: “El Señor los necesita; y luego los enviará.”

Mateo explica que tal cosa sucedió para que se cumpliera la profecía de Zacarías que dice: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”

Los discípulos hicieron exactamente como Jesús les ordenó. Pusieron sobre los lomos del animal sus mantos y el Maestro se sentó encima. Así fue la entrada de Jesús en Jerusalén. Una numerosa multitud tendía sus mantos en el camino por donde él pasaba y otros cortaban ramas de los árboles y las tendían en el camino.

Todos le aclamaban, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Entonces toda la ciudad se conmovió, diciendo: “¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.”

En esta semana que se inicia el Domingo de Ramos nosotros también, como Jesús y sus discípulos, vamos a celebrar nuestra liberación. Pero no será una libertad de yugo extranjero ni de dictadura, la que celebraremos, sino la liberación de la incredulidad y el egoísmo. Durante esta semana vamos a seguir al Maestro en su camino doloroso hasta la cruz, donde pagará el precio de nuestra maldad y luego celebraremos la alegría de su victoriosa resurrección. Será una semana intensamente espiritual.

Sólo un Maestro de la talla de Jesús de Nazaret podía saber en qué lugar se encontraban el asna y el pollino que habrían de servirle para entrar en la Ciudad Santa. El Hijo de Dios que todo lo conoce, que escudriña con ojo sabio todas las cosas visibles e invisibles, y que aún conoce nuestra interioridad, sólo Él podía advertir que los discípulos serían interrogados por el dueño de esos animales.

Debían responder “El Señor los necesita; y luego los enviará.” Jesús es algo más que un simple rabí o maestro. Él es el Señor. Cuando el Señor ordena todos se sujetan a Su autoridad. Jesús no robó el asna y el pollino sino que los tomó para Su misión. Luego les serían devueltos a su dueño. Siendo la máxima autoridad del universo, es justo y honesto. No actúa como muchos que toman de lo ajeno y jamás devuelven lo prestado. Él debía ser consecuente con Sus propios mandamientos.

Seis siglos antes de Jesús, un profeta llamado Zacarías había profetizado que el pueblo de Jerusalén y el monte de Sion se alegrarían mucho y darían voces de júbilo porque su rey vendría a ellos cabalgando un pollino hijo de asna. Este sería el signo visible de que él era el verdadero rey de los judíos, el Mesías Salvador. Pero hay, según el Texto, unas características que definen a este personaje: a) Rey, b) Justo, c) Salvador, d) Humilde.

a) Jesucristo es nuestro Rey, un gobernante espiritual cuya misión principal es la liberación completa de la persona. Él está interesado en liberarnos de toda culpa y que el amor gobierne nuestras vidas.

b) Jesucristo es un hombre y un Dios Justo, ejemplo para todo ser humano. Vino a hacer justicia, no a la manera humana sino al modo de Dios, demostrando en su propia pasión el eterno amor del Creador por todos nosotros.

c) Jesucristo es el Salvador, “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en quien podamos ser salvos.” Los habitantes de este planeta necesitan ser salvados de la eterna condenación del odio y la maldad. Jesús hace posible esa salvación al que cree en Él.

d) Jesucristo es Humilde. La condición propia del que no está en la luz es el orgullo. Su soberbia no le permite acceder a la fe ni aceptar el cariñoso regalo del Dios. En cambio Jesús es humilde, acepta la cruz y muere por nosotros. “Aprended de mi, que soy manso y humilde, y hallaréis descanso para vuestras almas” dice Jesús.

Este domingo hagamos como los discípulos y la multitud. Echemos nuestros mantos para que Jesús cabalgue sobre ellos, es decir dejemos todo orgullo, toda carga, todo dolor y pecado, a los pies del Señor y reconozcámoslo como el Único que puede liberarnos. Cortemos ramas de palmera, símbolo de perfección humana, es decir ofrezcámosle nuestros mejores dones a Él, que por su muerte nos dará la vida.  

Y también unámonos a la multitud, cantando ¡Hosanna al Hijo de Dios! La palabra hebrea hosanna significa salva ahora. Con el tiempo, a raíz de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, llegó a usarse como salve, saludo de aclamación y bendición. Pero “hosanna” es ante todo nuestra humana petición de salvación. Aclamemos en nuestro corazón a Jesús, rey y profeta de Nazaret de Galilea, Salvador y Señor de los pobres.

Queridos amigos y hermanos: Deseo que esta semana sea una ocasión especial para vuestras vidas, que marque para siempre un antes y un después, la semana en que Jesús conquistó sus corazones.