Jesús resucita y las mujeres
encuentran la tumba vacía.
“1 El primer día de la
semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas
que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. / 2 Y hallaron
removida la piedra del sepulcro; / 3 y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor
Jesús. / 4 Aconteció que estando ellas perplejas por esto,” San
Lucas 24:1-4
La tumba había sido cavada en la roca y
aparentemente contenía una sola caverna. Una piedra enorme fue rodada en una
huella ligeramente deprimida a la entrada. El peso de la piedra era de entre
1,5 tonelada, es decir 1.500 kilos.
El
primer día de la semana hebrea es el domingo. Ya ha pasado el día de reposo y
vienen las mujeres a ungir el cuerpo de Jesús. Aún está oscuro. Se sorprenden
cuando ven quitada la piedra que hacía de puerta de la tumba.
Quien
va al cementerio a visitar un deudo, espera encontrar todo en orden. Lleva
flores, en señal de recuerdo, dispuesto a elevar una oración de gratitud a Dios
por lo que fue esa vida para él o ella, y quizás a recordar con alegría, pena o
nostalgia, aquellos tiempos disfrutados en el pasado. Un pobre consuelo para
algunos, una esperanza para nosotros pues un día volveremos a encontrarnos con
aquellos que partieron con el Señor.
Pero,
imagínese usted, cómo reaccionaría si un día encontrase esa tumba vacía y sin
el cadáver. Más aún, el ataúd abierto y ordenadamente las ropas del muerto
adentro. Como aquellas mujeres, perplejo. Lo primero que haría sería ir a
reclamar a las oficinas del cementerio. Pensaría que robaron al difunto o que
lo lanzaron a la fosa común por no pago.
Frente
a situaciones extraordinarias, fuera de lo común o inesperadas, no sabemos qué
hacer, quedamos confundidos porque no nos podemos explicar la razón, dudamos de
lo que se debe hacer. Es decir nos quedamos perplejos. Así es la reacción de
cualquier ser humano frente a la resurrección. ¡Es algo increíble! No se puede
creer que alguien vuelva de la muerte. ¡Es inverosímil! No puede ser verdadero.
Es tan evidente que la muerte es definitiva, que nadie vuelve para contarlo,
que humanamente nuestra carne se resiste a creerlo. Así es nuestra reacción
frente a lo extraordinario y enigmático, aún teniendo fe ¡Cuánto más será para
los incrédulos!
Esa
piedra removida representa nuestra incapacidad para creer en lo sobrenatural,
lo anclados que estamos a esta realidad terrena de vida y muerte, que sólo
vemos una tumba vacía. Para ver a Jesucristo Resucitado necesitamos de algo más
que argumentos, los ojos de la fe.
El
verso 3 dice que “entrando, no hallaron
el cuerpo del Señor Jesús”. Ateos y agnósticos han levantado algunas falsas teorías
acerca de la resurrección, pero es imposible que Jesús estuviera vivo después
de la crucifixión, y si hubiera sido así los soldados romanos se habrían dado
cuenta. En otras palabras, si Jesús fue muerto, ¿Quién tiene el cuerpo? Todo lo
que tenemos es un sepulcro vacío. La ausencia del cadáver de Jesús
representa la curiosidad humana y la necesidad de una explicación plausible al
gran misterio de la muerte y de la vida.
Los
versos 4 y 5 anotan: “Aconteció que estando ellas perplejas por
esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras
resplandecientes; / y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les
dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”
Sólo
la intervención Divina puede hacernos ver la realidad de lo que experimentamos.
Las mujeres, al ver estos varones iluminados, de inmediato comprendieron que
eran seres sobrenaturales. Su reacción fue agacharse reverentemente ante ellos.
¿Qué haríamos nosotros si se nos apareciera un ángel? ¿Cuál sería nuestra
reacción? Creo que la misma, un temor reverente, pues estaríamos frente a seres
muy cercanos a Dios, santos, puros y con cierto grado de poder, mayor al
nuestro.
Las
mujeres requerían, como los apóstoles, esta intervención angélica, para
comprender por qué la tumba estaba vacía. Igualmente todo ser humano necesita
de una intervención del Señor para entender sus sufrimientos, pérdidas,
dolores.
La
pregunta que hicieron los ángeles a ellas es como un aguijón: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive?” Ellas buscaban en la tumba vacía del cementerio al que estaba vivo.
¡Cuánto tiempo buscamos entre los que están muertos en tinieblas de pecado, la
vida! Allí, en el vicio, en el juego, en la droga, en la juerga, en el sexo
desordenado, en el dinero, en la fama, en el poder, en la ciencia humana… no
está la vida eterna. Tampoco en los ídolos religiosos, en los iconos mudos, al
que muchos éramos arrastrados por el diablo.
Nosotros
también podemos caer en ello y buscar
entre los muertos al que vive. Líbrenos el Señor de desviar nuestro camino
del Evangelio hacia otros senderos, el lugar de los muertos, el cementerio
espiritual. Cada uno sabe dónde está el peligro para su vida.
En
la tumba vacía del dolor, podemos encontrarnos con la Divinidad, por medio de
la fe. La presencia de ángeles representa la necesidad del ser humano de la
explicación Divina.
El Evangelista San Marcos, registra
tres veces en su Evangelio que Jesús les habla a los discípulos acerca de su muerte
y posterior resurrección:
a) Luego de la confesión de Pedro
acerca de la Divinidad de Jesús, y antes de su reconvención, cuando el Maestro
tuvo que reprenderle: “Y comenzó a
enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser
desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas,
y ser muerto, y resucitar después de tres días.” (San Marcos 8:31)
b)
En la transfiguración, al bajar del monte, les habló así: “Y descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo que
habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos.
/ Y guardaron la palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar
de los muertos.” (San Marcos 9:9,10)
c) Cuando subían a
Jerusalén, en la última Pascua, antes de Su Pasión: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos
se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce
aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: /
He aquí subimos a
Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a
los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; /
y le escarnecerán, le
azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.” (San Marcos
10:32-34)
La tumba vacía es la
comprobación de estas palabras de Jesús. El Señor ha resucitado, ha muerto por
los pecadores como un Cordero en sacrificio. Él murió por todos nosotros. Al término
de esta semana santa nos encontramos con Jesús Resucitado, el Hijo de Dios que
tiene todo poder y autoridad, al cual podemos dirigirnos con absoluta confianza.
Jesucristo, día a día, acompaña y vive en el creyente.
Queridos
hermanos, familiares y amigos: ¡Feliz Pascua de Resurrección! Hemos hecho
unidos en espíritu el camino de la pasión, muerte y resurrección del Maestro
Jesús. Gracias por habernos acompañado en este camino de fe. Sólo deseamos que estos
mensajes hayan sido provechosos para ustedes y les ayudaran a acercarse un poco más a Jesús, el Señor.
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