Lavado de pies, última cena,
oración en huerto de Getsemaní y
arresto de Jesús.
“26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y
bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi
cuerpo. / 27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo:
Bebed de ella todos; / 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados.”
San Mateo 26:26-29
Son varios los sucesos que recordamos esta noche de jueves santo: Jesús
lava los pies de sus discípulos, instituye la Santa Cena, anuncia la negación
de Pedro, ora en Getsemaní y finalmente es entregado por
Judas con un beso y arrestado. Pero ahora nos concentraremos en aquel momento
de la Cena en que el Señor partió el pan y el vino.
El primer día de la
fiesta de los panes sin levadura los discípulos hicieron como Jesús les mandó y
prepararon la pascua. Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Mientras
comían reveló que uno de ellos le iba a entregar. Luego tomó Jesús el pan, lo
bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Tomó después la copa, dio gracias
y se las ofreció diciendo: Bebed de ella
todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada
para remisión de los pecados. De este modo, al celebrar la pascua, Él
instituyó la Eucaristía o Cena del Señor.
En varios momentos de su
ministerio, el Maestro se refirió al pan, aquel alimento esencial del pueblo judío y de la mayoría de los
habitantes del planeta, sin cuyo aporte energético no podríamos emprender las
duras jornadas de trabajo ni saciar su hambre los pobres de este mundo. Él
respondió al tentador “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios”. La Verdad escrita en las Sagradas Escrituras es pan
que alimenta nuestra alma, hambrienta de Dios. Reconoció las necesidades
básicas de las multitudes que le seguían y, misericordioso, multiplicó los
panes y los peces. Cuando nos enseñó a orar, en el centro de ese modelo puso
“el pan nuestro de cada día dádnoslo hoy”, porque el Hijo del Hombre nos conoce y respeta nuestra humanidad; somos seres que
necesitamos el pan cotidiano, terrenal y Divino. Por eso también se identificó
Él mismo como “el Pan de Vida”, “el Pan descendido del cielo” para alimentar
con Su vida sobrenatural a una humanidad caída, muerta en el pecado y
necesitada de resurrección. Sólo si nos alimentamos de Su vida, viviremos. Mas,
para poder acoger esa vida, es preciso morir juntamente con él en la cruz del
monte Calvario. Y ese es precisamente, el sentido de la Semana Santa: rememorar
el camino de Su pasión, entrega, sacrificio, muerte y resurrección, para
alcanzar con Él la vida eterna.
Aquella noche, en que se
recordaba la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto por
cuatro siglos; el Maestro y sus discípulos se encontraban en el cenáculo. El
traidor ya había negociado con los sacerdotes, la entrega de Jesús. Él lo sabía
y, en medio de la fiesta del cordero pascual, tomó el más humilde de los
alimentos humanos, un pan sin levadura; elevó sus ojos al cielo y dio gracias a
Dios. Sabía perfectamente que Él mismo era ese pan, que sería triturado en la
cruz, ofrecido en sacrificio para la salvación de muchos. Lo partió con sus
manos y pronunció las palabras que todos conocemos: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced
esto en memoria de mí.”
Ningún líder de este mundo
ha dicho palabras tan conmovedoras; ningún héroe ha hecho un sacrificio más
exento de vanagloria; no hay profeta ni santo ni maestro en esta tierra, capaz
de proclamar su entrega por el mundo. Sólo uno que es verdadero Hombre y
verdadero Dios, puede entregar su cuerpo en rescate por la Humanidad. Sólo
Jesús puede decir “Tomad, comed; esto es
mi cuerpo que por vosotros es partido”
La segunda parte de esta
frase demuestra cuán clara está en su mente la misión encomendada por el Padre.
Él sabe que esa noche se desencadenará el juicio y la sentencia de muerte para
él. En realidad el juicio al ser humano sumido y dominado por el pecado, la
condenación de Dios para el hombre caído. Jesucristo asumió en su carne –cuerpo
y alma- el castigo que nosotros merecíamos. Al decir “haced esto en memoria de mí”, sabe que saldrá victorioso del
evento de la cruz y de la muerte; sabe que Su Espíritu será libre y entregado
en la resurrección para la vida de muchos, todos aquellos que con fe han
aceptado el don gratuito de la salvación. Sólo si vivimos en la fe y no en la
carne, podremos celebrar el partimiento del pan, hacerlo en memoria de Él.
De igual trascendencia es
la segunda invitación de esa noche, a beber el vino. Pero el Maestro señala la copa, el contenedor del importante
contenido. Qué es la copa sino el medio para transportar el vino a nuestro
cuerpo. No podemos beber un líquido si no es dentro de un vaso, tazón, copa o
cáliz. El vino es la sangre y es muy importante en un sacrificio. Sin embargo
Él mismo nos enseña: “Esta copa es el
nuevo pacto en mi sangre”. La copa rebosante del vino de su sangre, es el
Nuevo Pacto. El viejo pacto, que establecía sacrificios de animales para
limpiar las conciencias de quienes faltaban a la Ley de Dios, queda a partir de
esta Pascua obsoleto y entra en vigencia para las buenas relaciones entre el
ser humano y Dios, un Pacto o Alianza Nuevo y eterno. La Nueva Alianza
Dios-Hombre contiene la sangre de Jesucristo como sello o timbre de validez.
Damos gracias a nuestro Redentor, Salvador, Justificador, por tan perfecta
obra.
Una vez más añade la
orden: “haced esto todas las veces que la
bebiereis, en memoria de mí”. Beber el vino en la Santa Cena o Eucaristía
es algo más que un acto ritual, es la vivencia y ratificación de nuestra fe en
Aquel que selló con Su Sangre el Nuevo Pacto.
Queridos hermanos y
amigos: Al participar esta semana santa en la Cena o Eucaristía, sin importar el modo en que
lo hagamos, recordemos el gran amor que nos prodigó Dios al entregar a Su Hijo por
nosotros. Digamos ¡Gracias Jesús por tu sacrificio! Y alimentemos toda nuestra
vida de Cristo y sus enseñanzas.
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